Una vez, el tío Morty le dijo que las posesiones de una persona dicen mucho
sobre ella. Stella creía que su carencia revelaba aún más. Por ejemplo, ese cuarto
estaba tan vacío como su dignidad, salvo por un catre vencido y una caja de fruta
maltrecha que hacía las veces de buró. No había nada más, mucho menos
comodidades femeninas que pudieran llamar su atención. Ni un tocador con un
asiento con holanes, ni botellas de perfume, tubos de labial o cosméticos que
atestaran su superficie. Incluso sintió la fragilidad del cristal de la ventana en
contacto con su piel, desprovisto de unas delicadas cortinas de encaje. Con la guerra
en pleno auge, no había medias de seda colgadas con descuido en el respaldo de una
silla (si hubiera tenido una silla) ni asomando del cajón abierto de una cómoda (si
hubiera tenido una cómoda). Ni siquiera un pedazo de espejo adornaba la pared
desnuda. A Stella simplemente la habían encerrado en un cuarto vacío en la planta de
arriba, como a la legendaria Rapunzel en su torre. Salvo por el cabello…

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