Mientras lo seguía por el comedor, vi a Miles sentado a una mesa junto a un ventanal
ojeando la carta. Se me cayó el alma a los pies al ver sus canas y sus gafas de media
luna para leer. Miles levantó la mirada y, al verme, se dibujó en su rostro una sonrisa
de alegría y nerviosismo que disipó mi decepción. Se levantó, guardó los lentes en el
bolsillo de la pechera y puso una mano sobre la corbata de seda amarilla para que no
se doblara. Era enternecedor ver a un hombre tan sofisticado comportarse con
semejante torpeza.

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