A la mañana siguiente me preparé un desayuno de esos que solo preparan en los
hoteles —no tiene mucho sentido vivir sola y no mimarse—; dos tostadas de pan de
molde con aceite de oliva y tomate, que trituré con el tenedor, y un café. Sentada en
la cocina. Los cuadros de flores rodeaban a un heredado reloj de saetas que podía
escucharse si aguantabas la respiración. Tictac, tictac. Me lo traje de Praga junto con
un calendario manual que por pereza siempre estaba anclado en la misma fecha, un
cumpleaños de Laurent en el que debí ser feliz.


Comentarios

Entradas populares