Quienquiera que haya declarado mayo como el mes más delicioso del año, habrá
vivido en Isla Mauricio. O en Hawái. En tierras centroeuropeas no se percibe
demasiado esa delicia. El catarro incipiente de Valerie había evolucionado durante la
noche hacia una auténtica infección. Desde el día anterior, el cielo parecía anunciar el
fin del mundo. Con los dedos tiesos por el frío, Valerie tanteó la cerradura con la
llave, echó pestes porque la puerta no abría bien, se abalanzó contra ella con tal
fuerza que a punto estuvo de caer estrepitosamente al suelo y, cuando al fin logró
tener un techo sobre la cabeza, se sintió aliviada. Dejó el paraguas chorreando en un
rincón y se refugió en el aseo; en el espejo diminuto que había encima del pequeño
lavabo vio a una extraña agotada.

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