Esos son divertidos. —Dan señaló con un gesto la pared que
estaba a mi espalda, de la que colgaban, como si de cuadros se tratase, cuatro vestidos
sin tirantes y con falda por debajo de la rodilla (uno amarillo limón, otro rosa chicle,
el tercero turquesa y el cuarto verde lima), todos con talle de satén del que arrancaba
una masa de enaguas de tul salpicadas de cristalitos.
—Los he colgado porque me encantan —expliqué—. Son vestidos para el baile
de graduación, de los años cincuenta, pero yo los llamo vestidos «pastelito» porque
son muy sofisticados y vaporosos. Con solo verlos me pongo contenta. —O todo lo
contenta que puedo estar ahora, pensé desanimada.

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