Ada sabía que esa vida de economías y lendreras y prendas usadas no era para
ella. Se humedeció el índice y el pulgar, recogió las medias Bemberg con puntera y
talón y se las puso, subiéndolas poco a poco —«procura no hacerles ningún
enganchón»— de manera que la costura le quedara bien recta por detrás. La calidad
se nota; las apariencias son importantes. Mientras su mejor ropa estuviese bien, nadie
podría tocarla. Los labios apretados, la cabeza alta, «disculpe». Darse aires, y bien.
Ada llegaría lejos, lo sabía, también sería alguien.


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