A estas alturas de nuestra historia, ya va siendo hora de acabar con un prejuicio
muy extendido. La mujeres de unos veinticinco años, instruidas e incluso con gafas
—hay que decir que Valerie llevaba lentes de contacto, al menos ese día— no tienen
por qué ser forzosamente románticas. Al contrario, a menudo tienden a una acusada
sensatez cuyo origen y finalidad son muy difusos. Y quien hubiera visto al joven que
llamó a la puerta hacia las nueve, no habría tenido más remedio que adherirse a esta
opinión. Valerie abrió la puerta y acercó la mejilla a Sven mientras echaba un vistazo
al cielo, preguntándose cuánto faltaría para que empezara a llover.

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