Sin embargo podía ir hacia atrás en aquel viaje hasta antes del momento en que empezó a sentirse tan vacía y presa de las náuseas por la mañana, antes de que sus pechos crecieran tan sensibles que hasta la tela de las camisetas parecía rascarle la piel, antes de aquella fatiga interminable que la golpeaba en los momentos más extraños, antes de saber. Washington, California, Arizona. Le vino la regla en California; recordaba vagamente una pelea con un dispensador de tampones reticente en el baño de una estación de servicio. Y luego había ido a Nuevo México, de donde recordaba a un pintor mucho mayor que ella, con el cabello pintado con chocantes mechas blancas, la piel arrugada por el sol, las manos anchas y llenas de callos. Se había detenido allí unas cuantas semanas, un puñado de turnos de camarera para ganar algo de dinero y pagar lo que faltaba del viaje de regreso a casa, aunque no le había durado mucho. Él había entrado en el restaurante para comer a solas y era tan tarde y había tanta soledad en sus ojos… Había convivido con él una semana, pasando los días acurrucada en un sofá de su estudio, leyendo y echando un vistazo a los arroyos mientras él pintaba en silencio volutas de color extrañas y retorcidas que goteaban desde el lienzo hacia el suelo. 



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