Joseph se paseaba por la habitación con las manos en los bolsillos. Le apretaba el
pantalón. Por eso no se atrevía a sentarse, temiendo un accidente. Se le ocurrió
echarse, pero no se echaba uno a las diez de la mañana. Se quedaría de pie, leería de
pie y mañana se pondría el traje viejo y todo volvería a estar en orden.
Ahora estaba inmóvil, mirando fijamente la cama, que contemplaba con aspecto
desaprobador, y durante algunos minutos quedó absorto en una meditación que le
hacía fruncir sus largas cejas y endurecía un poco la línea sinuosa de sus labios
carnosos. Murmuró al fin con voz sorda y separando con esfuerzo las palabras:

—No volveré a acostarme en esa cama.


Comentarios

Entradas populares