Las Virgenes Suicidas. Jeffrey Eugenides

Cecilia, la pequeña —no tenía más que trece años—, fue la primera en hacer el
viaje: se cortó las venas, como los estoicos, mientras tomaba un baño, y cuando la
encontraron flotando en el agua teñida de color de rosa, con los ojos amarillos de los
posesos y aquel cuerpecito que exhalaba olor a mujer madura, los sanitarios se
llevaron un susto tan grande al verla en aquel estado de sosiego, que se quedaron
clavados en el sitio, como mesmerizados. Pero de pronto irrumpió la señora Lisbon
dando gritos y la realidad de la habitación se hizo patente: sangre en la estera del
baño, la navaja de afeitar del señor Lisbon en el lavabo, jaspeando el agua. Los
sanitarios sacaron el cuerpo de Cecilia del agua caliente, que acelera la hemorragia, y
le aplicaron un torniquete en los brazos. El cabello mojado le colgaba por la espalda y
ya tenía las extremidades azules. No dijo ni una palabra pero, cuando le separaron las
manos, encontraron una estampa plastificada de la Virgen María apretada contra los
pimpollos de sus pechos.


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