Se rió a carcajadas, le acompañó hasta su casa,
escuchó las canciones que él ponía en su tocadiscos viejo. Se descalzó porque él le
suplicó que le dejara acariciarle los pies, estirarle los dedos uno a uno. Luego se
desperezó, se puso de nuevo los zapatos. «Tú no deberías llamarte Nicole», le dijo
Guillermo, «deberías llamarte Águeda.» «Águeda», repitió ella. «Águeda es un
nombre que no conozco.» Se rió de nuevo, se apartó el pelo de los ojos, que estaban
ya cerrados por el sueño. «¿Por qué debería llamarme Ágata?», preguntó. «Águeda o
Ágata, da igual», dijo en español Guillermo, y luego respondió con dulzura: «Porque
eres buena y virtuosa.» Nicole le besó en la frente, en la nariz, y se despidió de él.

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