Maquilladores, peluqueros, fotógrafos, costureras, ayudantes, diseñadores,
representantes, algún que otro periodista, cámaras de televisión, burros cargados de
perchas con ropa ya organizada y separada por modelos, pizarras con fotos de todos
los outfits que se lucirán sobre la pasarela, gente haciendo fotos con cámaras de
teleobjetivos kilométricos o con sus móviles, chicos y chicas altísimos, jovencísimos,
delgadísimos y guapos, en ropa interior, con las costillas marcadas, los pómulos
marcados, a medio vestir, dejándose maquillar, entregados a Twitter, a Facebook, a
Instagram a través de sus tabletas o leyendo mientras esperan que alguien los
convierta en seres incluso más bellos de lo que ya son. Y nervios, tensión, prisas, «no
llegamos, esto es un desastre, chicos», gritos, personas organizándolo todo en modo
histérico que parecen estorbar más que organizar.
Todo eso es lo que se vive en un backstage horas antes de que arranque un
desfile.


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