No estoy segura de querer tener hijos. No puedo ser tan abnegada.
 Si tuviera un crío aferrado a mis piernas, debería renunciar a mis excursiones por la montaña. 
No podría sentarme durante horas a contemplar las olas o a escribir poesía.
 No podría arreglármelas cocinando sólo salchichas y pudin navideño. 
No podría quedarme levantada hasta muy tarde, mirando cómo se mueven las estrellas por el cielo, ni levantarme temprano para caminar por las laderas hasta que el sol estalla en el horizonte.
 No me digas que podría hacer todo eso igualmente con varios niños a
remolque. Y, desde luego, yo no podría renunciar jamás a la última porción del pastel.
La independencia te vuelve glotona.

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