Irlanda. Espido Freire


 Se sentó en un banco, frente a la ventana, y abrió el libro.
 Yo le observé con interés. Leyó durante media hora. Luego se levantó, se estiró los
pantalones y se marchó. Me asomé al balcón para verle caminar hasta que
desapareció detrás de la esquina, tragado por los coches.
 «El amor —pensé—. El amor de Sagrario». Todas las mañanas ella le había esperado y le había observado sin que él supiera nada, sin que ni siquiera dirigiera la mirada hacia el balcón. La
existencia era en verdad un extraño lugar. 
Me tumbé de nuevo en la cama. «Ahora es mío», pensé, extrañada por los insólitos bienes que me había dejado mi hermana en herencia.

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