Cartas desde la isla de Skye



 
Casi no puedo creer lo que ha ocurrido.
He oído los aviones y he tenido el tiempo justo para
guardarme la libreta en la blusa antes de que estallara la bomba. Mi madre me había
hablado por carta de los últimos ataques aéreos y de los aviones que pasaban, pero yo
no podía ni imaginármelo. Ya sé que para ti es muy diferente, que has soportado
demasiadas noches entre aviones y sirenas. Pero para mí, no sé… ¿Una bomba? ¿En
la calle donde saltaba de niña a la comba?
La he visto caer… Se ha estrellado directamente en la calzada, ahí mismo, delante
de casa. Me he agazapado detrás de la lucerna justo a tiempo. Llovían piedras y tierra
por todas partes. Donde un momento antes estaban los adoquines había un gran cráter
humeante. No sé cómo he mantenido el equilibrio, cómo no me he caído del tejado
con la sacudida. Ni siquiera ha sonado una sirena.
Me he acordado de mi madre. La ventana del dormitorio se había hecho añicos.
Dentro de casa reinaba el silencio. La he llamado a gritos. No sabía cómo entrar, con
todos esos cristales dentados alrededor de la ventana. La habitación estaba hecha un
desastre. La cama se había deslizado contra la pared, con la mesita a su lado. Un
adoquín se había colado por la ventana con una trayectoria perfecta y había perforado
un panel de la pared. Había un montón de papeles revoloteando a la luz del
crepúsculo.
He vuelto a llamarla y entonces he visto su sombra en el umbral. Ha entrado muy
lentamente, pisando los papeles con sus zapatillas azules de satén. Pero no ha venido
hasta la ventana. Se ha quedado allí de pie, mirando el panel astillado y aquella
nevada de papeles que seguían flotando en el aire.
He metido el brazo y he arrancado una de las cortinas opacas. Me he envuelto la
mano con ella y he sacado los cristales del alféizar para poder entrar.
Mi madre seguía sin decir nada. Se ha dejado caer al suelo y ha empezado a
recoger montones de papeles sobre su regazo. Yo me he agachado y he recogido uno.

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