Me había especializado en enredar con los dependientes, oficinistas, porteros,
taxistas, acomodadores… porque, si no, no hablaba con casi nadie. 
Lo hacía sin que se notara, niñeando con las palabras y brincando de frase en frase, unas veces les
cortaba y les confundía con otra opinión, a veces escuchaba y liaba su argumento y,
otras, las más, me mezclaba con sus palabras para pasar el tiempo charlando y
alargando el momento de conversación aunque solo me estuvieran envolviendo un
regalo que yo misma había de abrir.

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