Mientras se detenía a contemplar el escaparate de Prim Rose Lane, sonó una
voz inesperada en su oído:

—¿Y si pudieras escoger, si pudieras cumplir tu deseo?

Lo que advirtió fue la pintoresca expresión, tu deseo. Tu deseo, como en un
cuento de hadas.

A sus dieciséis años, era demasiado mayor para creer en cuentos de hadas, pero sí
creía en lo que podía prometer una agradable voz masculina que le preguntaba cuál
era «su deseo».

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