El placer de la mujer es como la luz del sol, que dulce continúa y suavemente
difunde sobre la tierra a la que calienta y hace fértil. Si quemase más fuerte con su
rayo constante quemaría los frutos en vez de hacerlos madurar. Del mismo modo, el
placer amoroso de la mujer posee una fuerza suave, dulce y constante, que le permite
concebir y madurar al hijo en su vientre.

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