De niña, a Katya le había gustado dibujar, y al empezar la
secundaria se había distraído con otras cosas. Era como el caballo de un vecino,
Black Pete, un animal de lomo encorvado y buen carácter que vivía en un prado un
poco más abajo de su casa, y al que Katya solía visitar y acariciar por lo menos una o
dos veces al día; luego, a los doce o trece años, había dejado poco a poco de acariciar
a Black Pete y de darle manzanas; un invierno se olvidó de él y un día, en primavera,
cuando pasaba en coche con su madre, vio el prado vacío y dijo: «¿Dónde está Black
Pete?», y su madre respondió: «¿Ese viejo caballo que venías a acariciar? Se murió
hace meses». La madre de Katya la miró de reojo, arrugando los ojos en medio de
una nube de humo del cigarrillo, y Katya se quedó allí, callada y asombrada,
mordiéndose el labio inferior. «No preguntes», pensó. No quería saber lo que le había
sucedido a su viejo amigo Black Pete.

Comentarios

Entradas populares