LXXVI. Gustavo Adolfo Bécquer.

Tras su divorcio, Pascal había descubierto las webs de citas en internet. Se había registrado
en la mayoría con distintos seudónimos y se recreaba en la jungla virtual de los
anuncios por palabras, por eso había intentado convencer muchas veces a Laurent de
que hiciera como él. Tras el seudónimo «Cadresup» en Meetic y Atractive World —
los sitios para «solteros exigentes»—, y tras los más evocadores y grotescos
«Estremecimientos», «Jimmy», «Magnum» y «Thebest», usados en, respectivamente,
Adulterio.com, Infieles.com, Ashleymadison.com y Adoptauntio.com, se ocultaba el
mismo hombre: Pascal. Disponible para los achuchones de última hora de la tarde y
de fines de semana, también se ofrecía para encuentros «serios», y así no tenía mala
conciencia.
Aprovecho, solía decir, aderezando el comentario con una sonrisa satisfecha. A
ojos de Laurent, Pascal se había dejado llevar por lo peor de Occidente al gestionar su
vida sentimental, por no decir sexual, como si fuera el jefe de producto de una pyme.
En una comida anterior, Pascal le había enseñado el fichero en cuestión en su portátil.
Con un clic, hizo aparecer tres carpetas distintas llenas de fotos de mujeres: en
«Stock» estaban las que ya se habían acostado con él; en la de «En curso», aquellas
con las que tenía un lío, y en «Objetivos», aquellas con las que esperaba liarse en
breve. Estás de broma, no me digas que te haces carpetas… Pues claro que sí, replicó
Pascal, ofendido, todo ha de estar bien organizado, incluso tengo subcarpetas dentro
de las carpetas: «Ninfómanas», «Tímidas», «Bordes», «Frígidas»… ¡Por el amor de
Dios!, no quiero verlo, protestó Laurent. Pascal se encogió de hombros y cerró el
portátil. Bajo su punto de vista, Laurent se había quedado en «el otro mundo», el de
los encuentros por azar, las sonrisas en las terrazas de los cafés o las conversaciones
que entablaba a propósito de algún libro