—¿Sabe qué me gustaría en este momento? Un cigarrillo.
—¡Un cigarrillo! Yo no te lo voy a dar.
Había empezado a fumar cuando tenía doce años. Uno de los malos hábitos de
Katya.
Había comenzado en secundaria. Si una era chica y guapa, los chicos mayores le
proporcionaban cigarrillos y otros artículos de contrabando: porros, pastillas, cerveza.
A Katya no se le ocurría fumar en presencia de los niños de los Engelhardt, desde
luego. No se atrevía a fumar en ninguna circunstancia en la que pudieran verla sus
jefes ni alguien pudiera contárselo, porque, en su entrevista, la señora Engelhardt le
había preguntado si fumaba y Katya le había asegurado que no. Y que no bebía.
(«Bueno, sólo faltaría», fue la remilgada respuesta de la señora Engelhardt.)
Con tono melancólico, el señor Kidder dijo que él había fumado muchos años:
—Un hábito deplorable y delicioso, como todos los hábitos que son peligrosos
para nosotros —sonrió, como si fuera a decir algo más sobre este interesante tema
pero se lo hubiera pensado mejor—. ¡Ahora, querida Katya! Me duele pensar que
fumes tú, tan joven. Una chica tan atractiva, de aspecto tan saludable, con toda tu
joven vida por delante…

Comentarios

  1. Con ganas de más....Como siempre.
    Delicioso adentrarse en cada una de las "vidas" escritas....

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares