La mujer de la libreta roja.Antoine Laurain

Luego se sentó con las piernas cruzadas en el parquet, dejó la copa en el suelo y
cogió el bolso con cuidado. Era bonito, con aquellas dos texturas de cuero malva, los
cierres dorados y los bolsillos exteriores de distintos tamaños. Los hombres no
poseen nada comparable. En el mejor de los casos llevan carteras o maletines cuyas
formas estandarizadas han sido diseñadas con el único fin de contener dosieres. Bebió
otro sorbo de vino con la impresión de que iba a cometer un acto prohibido. Una
transgresión. Un hombre no hurga en el bolso de una mujer; hasta las tribus más
primitivas debían de obedecer esa regla ancestral. Seguro que los maridos en
taparrabos no estaban autorizados a buscar una flecha envenenada o una raíz que
mordisquear en el bolso de piel curtida de sus esposas. Laurent nunca había abierto el
bolso de una mujer. Ni el de Claire, ni el de su madre cuando era niño. Como mucho
alguna vez había oído: Coge las llaves de mi bolso. O: Hay un paquete de pañuelos
en mi bolso, sácalo. Tan sólo había metido la mano en un bolso con la
correspondiente autorización, una autorización que más bien parecía una orden y que
únicamente era válida durante un tiempo muy limitado.

Comentarios

Entradas populares