—¿Ha elegido, señorita?
Alcé la cabeza y aparté el mechón que me caía sobre la frente como si fuese un
telón. Además de unos dientes blanquísimos, que estallaron en una sonrisa, el joven
tenía también una voz generosa y el tono dulce del que sabe acercarse a una
desconocida que llora sin demorarse demasiado con ella y, sobre todo, evitando
preguntarle: «¿Puedo ayudarla? ¿No se encuentra bien?». Un verdadero profesional.
Respondí al caballero apuntando con el dedo a la figura.
—Me gustaría… uno de esos.
—¿Con nata o sin ella?
Con: solo Dios sabía hasta qué punto la necesitaba.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares