Estoy impregnada de olor a cansancio, el olor de un lugar usado, y, por suerte, en
el altillo no hay espejos ni pantallas encendidas, de esas que ponen ya en cualquier
sitio. Las más molestas son las de las estaciones: llegas en el último minuto, buscas el
andén y no lo encuentras porque una pantalla de plasma tapa el número, de manera
que, en lugar de subir al tren, tienes la impresión de entrar directamente en un
anuncio publicitario.

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