Una tienda en Paris II

Allí estaba yo, crucificada en medio de la riqueza, estirando las manos, trataba de
no pensar en el precio de las cosas que me rodeaban, pero me era imposible apartar la
mirada de las lámparas. Estaba hechizada. Escudriñé el techo lleno de dibujos y
encontré un pájaro azul que me llevó a la niñez. Uno que se paraba en la ventana y al
que daba de comer cuatro migas. No sé por qué, pero tuve necesidad de cerrar los
ojos unos segundos.

Cuando los abrí, la señora Lanvin empezó a explicarme que por mi constitución
de huesos y delicadas curvas lo más apropiado para brillar en la exposición como una
musa era algo inspirado en las deidades grecorromanas. Desplegó una tela blanca de
seda que flotaba formando olas en el aire y me dijo que mi vestido llevaría los
hombros descubiertos, anudado al cuello dejando la espalda desnuda, la cintura
estaría marcada por un vuelo discreto y caería con todo el peso de la tela hasta mis
pies, «un poco más largo, que cubra bien tus zapatos, como una escultura».



                           (Fotografía de Cristobal Balenciaga en su atelier de París) 

—Encima de los hombros llevarás una capa con mangas que te dará un aspecto de
ángel —me dijo colocándose tras de mí, reflejadas las dos en el espejo gigante.

Comentarios

Entradas populares