Yo era de los pobres, todos éramos pobres menos los tres vecinos que le dije, los
que tenían casas de piedra con tejados de cuatro aguas. Pero no piense que me sentía
desgraciada. Mientras fui niña fui feliz, siempre tuve salud y buen conformar. Mi
desgracia fue ser guapa y aquella alegría que me andaba por dentro y me salía por los
ojos y por todo el cuerpo. Hay mujeres guapas que parece que van metidas en un
fanal. Yo no. A mí siempre me gustaron los escotes y llevar los brazos al aire. En el
verano, cuando iba con el ganado a pastar, me tumbaba en el prado, remangaba la
falda, subía las mangas de la blusa y abría el escote, porque me gustaba poner el
cuerpo al sol. La gente entonces escapaba de él, no era como ahora. Los de la aldea
iban siempre tapados de la cabeza a los pies, porque decían que el sol hacía mal, que
daba calentura. Y las señoritas del pueblo usaban guantes y sombrillas para tener la
piel blanca y se llenaban de polvos de arroz, que parecían bollos crudos.


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